La verdad es que no es óptimo que las emociones de los niños y niñas sean catalogadas como «rabietas», ya que, aunque se definan en el diccionario textualmente como «un enfado», en el mundo adulto se consideran como algo que hacen los niños y niñas porque les apetece retar a sus padres o porque son caprichosos, llorones, pesados, manipuladores o tiranos (entre otros estigmas).
Son tantos los prejuicios adultistas que hay detrás de las rabietas que, como forman parte normalmente de una etapa temprana de la vida, de los dos a los cinco años, más o menos, se ha llegado a hablar de «los terribles dos años», haciendo de este modo protagonistas a los padres, que, pobrecitos, tienen que «aguantar» a los hijos en esta etapa, y, culpables a los hijos e hijas, cuyas emociones son “terribles”.
Todo esto es injusto, triste y, por supuesto, nefasto para el desarrollo emocional —y vital— de los niños y niñas.
Las rabietas o mejor dicho: expresiones emocionales, no existirían apenas si, por un lado, entendiéramos los ritmos y las necesidades reales de los niños y, por el otro, si sus emociones estuvieran bien acompañadas. Estas forman parte de un proceso natural de los niños, en el que empiezan a tener su propia opinión e intereses y, como es obvio, quieren llevarlos a cabo. A la confrontación de puntos de vista entre padres e hijos se la llama, incorrectamente, rabietas de los niños, cuando, en realidad, estos verbalizan o expresan su deseo (sea el que sea), y si no puede cumplirse, se enfadan y explotan. La manera de manifestar su frustración en estos momentos es de forma muy intensa, sin medida, con alta necesidad de descarga, pero esto no significa que tengan algún problema, ni que debamos hacerlos sentir mal por su expresión. Ya sabemos que las emociones lo que necesitan es eso, junto con un buen acompañamiento y entendimiento adulto. Cuanto antes y mejor sean acompañadas, antes serán conocidas por nuestros hijos e hijas y menos necesidad de expresión intensa habrá.
Tener rabietas no es portarse mal ni tener reacciones exageradas; es sentir, tener opiniones y objetivos propios. Puede que tu hijo o hija nunca ha tenido momentos emocionales intensos y que los tenga ahora, cuando ha crecido; deberás reflexionar entonces sobre la manera en la que lo acompañaste emocionalmente años atrás.
Si no lo has acompañado nunca de manera correcta, puede que haya reprimido sus emociones, de tal manera que necesite sacarlas al exterior; es su forma de liberarse de la represión emocional. Tal vez piensas que sí lo has acompañado correctamente durante toda su infancia y ahora de repente vuelve a tener momentos intensos. Esto es normal: los niños pasan por diferentes etapas vitales, su cerebro va evolucionando y trabajando y no siempre pueden estar en la misma sintonía emocional; nuestros hijos son personas. No obstante, siempre hay que observar su entorno, estar informados en todo momento de cómo están, cómo se encuentran en los diferentes contextos en los que viven (colegio, amistades…) y tener en cuenta si ha habido alguna alteración en sus vidas, si han tenido un hermano o hermana, han cambiado de ciclo en la escuela, han perdido a algún familiar, etc.
Todos los cambios que vive una persona son fundamentales y generan un vaivén emocional, pero resultan mucho más importantes cuando los que pasan por los mismos son niños y niñas, pues todavía están creciendo emocionalmente y deben ir conociéndose en su integridad.
No debemos entender, pues, las rabietas como una etapa altamente estresante para los padres y por la que todos los niños pasan, sino que más bien tenemos que dejar de centrarnos en etiquetar los momentos emocionales de los hijos, poniendo toda nuestra atención solo en acompañar las emociones de los hijos e hijas como hemos aprendido. Debemos integrar que son seres emocionales, como nosotros, pero que ellos están creciendo, evolucionando, y lo único que necesitan es expresarse para aprender a comprenderse, para aprender a vivir.
¿Cómo acompañar emocionalmente estas expresiones?
Hay muchos pasos que engloban el Acompañamiento Emocional®, no obstante, te muestro los primeros y esenciales:
- Quédate a su lado: Cuando están sintiendo una emoción, no importa la que sea ni el motivo, hay que mantenerse a su lado en todo momento. Es preciso estar cerca con una actitud cariñosa y comprensiva, que sientan que estamos ahí y que los seguimos queriendo, haya pasado lo que haya pasado, recordándoles así que nunca los vamos a dejar solos ni les vamos a hacer daño. De esta forma, los ayudamos a crear una relación de confianza consigo mismos y también con nosotros, en la que no censuramos sus emociones y, por tanto, no los censuramos a ellos, en la que les demostramos que todo lo que les importa es importante para nosotros.
- Mira a los ojos: Dicen que la mirada es el espejo del alma, y esto es porque nuestros ojos lo dicen todo sobre nosotros. Mediante la mirada expresamos emociones y nuestros sentimientos más profundos. Hay veces que mirando a alguien podemos decirle mucho más que hablando. Mirar a los ojos de nuestros hijos e hijas y ponernos a su altura es imprescindible siempre, pero más importante es todavía hacerlo cuando debemos acompañarlos emocionalmente.
- Abraza: Muestra contacto físico a tus hijos cuando están en plena expresión de sus emociones (y siempre que puedas). Con este contacto, ellos se sienten protegidos y captan lo importantes que son para ti. Los abrazos son una de las mejores formas de contacto que tenemos los seres humanos, y con nuestros hijos más, si cabe.
- Escucha atentamente: En cualquier situación, el clima de nuestro hogar debe ser tranquilo y ha de respirarse respeto, verdad y aceptación por todos y cada uno de los miembros. Cuando acompañamos una emoción, debemos escuchar con atención y cariño todo lo que tienen que explicarnos, sin querer que nuestra opinión prevalezca, sin adelantarnos a los acontecimientos, simplemente escuchando con amabilidad y gran interés.
Lo que nunca debes hacer, entre otras cosas:
- Ni ignorar a tus hijos e hijas ni dejarlos solos: Una práctica muy común es la de ignorar a los niños cuando están sintiendo (o en muchas otras situaciones), pero esta resulta totalmente incorrecta y genera, además, consecuencias nefastas para su autoestima y para su desarrollo emocional. Jamás se deben ignorar las emociones de los niños, independientemente del grado de enfado que tengan o la motivación que los ha llevado a expresar este enfado. No debemos ignorarlos, nunca. Tampoco hay que dejarlos en un rincón para que «piensen»o se relajen, o sentados ante una mesa, ya que no piensan nada y ni tan siquiera se relajan; solo calman su emoción escondiéndola y reprimiéndola e incluso sintiéndose culpables por haberla sentido. Un niño que siente es un niño que siente y necesita que algún adulto amable y consciente esté ahí para enseñarle desde el respeto y para ayudarle a comprenderse a sí mismo. Hay que descubrirles que las emociones se viven, se experimentan y se sienten, y los padres debemos estar al lado, sin alejarnos y sin juzgar.
- Decirles «no pasa nada»: Cuando le quitamos importancia a lo que sienten, lo que hacemos es rebajar directamente su autoestima, crearles confusión, negar lo que están sintiendo y provocar que su emoción y nivel de frustración aumente todavía más. También provocamos que quieran proteger lo que es suyo, lo que están sintiendo, sea por el motivo que sea, y, por tanto, que se defiendan enfadándose más, gritando más, llorando más o utilizando la expresión que precisen para sacar su emoción inicial, además de la que se crea al no ser escuchados, atendidos y acompañados como merecen y necesitan. Asimismo, cuando quitamos importancia a sus sentimientos, hacemos que crezcan con esta sensación constante que lleva a que, cuando se sientan mal, no quieran decirlo porque piensen que no es para tanto, que todo está bien, y se limiten a contestar con un «no me pasa nada», con lo que cierran así todo contacto con sus emociones.
- Ni discursos ni desprecios: En esos momentos en los que nuestros hijos están sintiendo, su capacidad de entendimiento se ve afectada, como es lógico. Están inmersos en sus propias emociones y la razón queda escondida. No hay que darles, por tanto, grandes charlas ni explicaciones, sino mensajes adaptados a las circunstancias y a su comprensión que los ayuden a interpretar sus emociones y a entenderse a sí mismos. Siempre hay que respetar su persona, su manera de sentir, y de esa forma ayudarlos a sentirse seguros mientras están sintiendo, sin que nadie los critique ni los haga sentir mal por ello.
Queremos hijos e hijas que en la edad adulta tomen decisiones, tengan una buena autoestima, sean buenas personas y no le hagan daño a nadie, sean tolerantes y respetuosos con las demás personas y con el medio, sean felices de un modo integral… Y lo cierto es que nunca podremos conseguirlo si en su infancia y adolescencia los cohibimos precisamente de aquello que queremos que posean en su futuro.
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Abrazos y gracias,
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Fundadora de Edurespeta, Escritora, Especialista en Educación basada en el respeto, la empatía, el acompañamiento emocional®, el amor, la lógica y la evidencia científica, creadora de la Educación Real®, Educadora Sociofamiliar y Formadora de profesionales.
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